Enlazados por un tono, un ritmo, una visión, estos poemas abrigan toda suerte de objetos, a la manera de Isla Negra, la casa de Pablo Neruda en Valparaíso: hablan de esa misma casa de Neruda, igual que de María Sabina; describen esculturas de la Grecia arcaica y un mural teotihuacano; conmemoran cumpleaños y despedidas —todo guiado siempre por el hilo conductor de una mirada poética que va en busca de lo que hay “al otro lado de sí misma”.
Mediante el juego con unas cuantas imágenes elementales —el sol y la sombra, el mar, la luna, las montañas—, los versos de Isla Negra, que poseen una acentuada musicalidad, parecerían a veces agotar los límites de lo concreto, como si quisieran casi rozar lo inmaterial y estar al borde de la disolución.