Más de veinte años después de su primer viaje a Punta Arenas,
Heredia regresa a la austral ciudad, respondiendo al llamado de una amiga que requiere sus servicios para encontrar a una muchacha desaparecida al término de una animada fiesta estudiantil. El detective inicia su trabajo, y lo que podría ser la fuga de una liceana enamorada se convierte en un enigma que compromete a predicadores con pies de barro.
El diablo ha metido su cola en los templos y el detective no puede quedar indiferente a la verdad que poco a poco va develando con la ayuda del hijo de una antigua enamorada, de un vendedor de flores, de Gardel Artigas, un ex policía que odia los tangos, y de su gato Simenon, con quien, desde la distancia, imagina diálogos que serán claves para la resolución del caso.