De las niñas pálidas y bellas que montan sobre su nariz unos aristocráticos quevedos.
De las tardes de otoño si hubo tormenta por la mañana.
Y de una ópera de Bellini oída desde el paraíso del teatro Real.
Pues este paraíso, como todos los prometidos en las religiones de que me acuerdo, es el consuelo de los pobres.
Y las tardes de otoño recuerdan al hombre la muerte.
Y las niñas con anteojos son muy coquetas. Y la pobreza pone al genio en su carro de dios terrenal. Divinidad, coquetismo, muerte y consolación y demás cosas mencionadas que soy, tengo y quiero.