Si algo en común tenemos los seres humanos es, que más allá del miedo a la muerte, viene antes la difícil aceptación de nuestra ancianidad: el observarnos al espejo y afrontar un cuerpo maduro, lleno de arrugas y de canas. Pecamos, sin darnos cuenta, de vanidad. Es así como el joven Dorian, en un ligero avistamiento al futuro, rompe en llanto y hace un juramento, o más bien, una petición. Sin saber que, de alguna forma, algo maligno estaba escuchando. Y si a alguien se le podía acusar de vanidoso, era a Oscar Wilde, y es que su filosofía estética y refinada, dio las bases para lo que hoy se le conoce como dandismo.