La maternidad es un hueso duro de roer y como dice la madre en uno de los relatos: «Nadie va a darte un premio por criar a tu hija». Y menos en la América postindustrial.
Los relatos de este libro están poblados de madres e hijas que se aman, se honran y se traicionan. Novias afligidas, embarazos prematuros, esposas maltratadas y vengativas. Mujeres que aparcan sus sueños y su sensualidad para criar a sus hijos y alimentar a sus maridos, trabajando como mulas en empleos mal remunerados, sin quejarse ni manifestar sus anhelos más profundos, haciendo mil y un equilibrios, porque al fin y al cabo sus maridos andan metiéndose en silos inflamables y bajando a minas homicidas. Todo un crisol de vidas marcadas por el abuso, el maltrato, el abandono, la enfermedad y las metanfetaminas.
«Las feroces mujeres que aparecen en estos relatos son como hojas de afeitar oxidadas, desgastadas pero todavía lo bastante afiladas como para hacerte sangre.»