Si el Dios cristiano es un Dios de amor y de justicia, la corrupción como abuso del poder otorgado mina esta imagen e impide la correspondiente experiencia de la presencia divina en la vida humana. Así pues, la corrupción es un mal personal y social fundamental que socava al agente moral y destruye el alma de los individuos y de las instituciones. Por eso, este problema se encuentra en el núcleo de la identidad cristiana en este mundo. Este número de Concilium se abre con una reflexión del papa Francisco que se publicó y se reeditó cuando era arzobispo de Buenos Aires, mucho antes de que hablara de estos asuntos a la Curia romana.