Quevedo introduce las obras de Tomás Moro en nuestra lengua; él da lecciones de moral altísimas en sus comentarios a la vida de Marco Bruto. Pero, a pesar de tantas cosas que podrían invitarle a las plácidas sonrisas renacentistas, Quevedo hace el antihumanista, y avanza con su ejército de inventivas y sarcasmos, con su tropa de hambreados, brujas, teólogos, inquisidores y rufianes, en una formidable fantasmagoría.