Nada hay más cómico que alguien convencido de salirse con la suya cuando está siendo embaucado.
Entre las tragedias que se siguen de la codiciosa comedia puesta en práctica como Desarrollo está el desplazamiento de la
riqueza desde el ser al tener. La riqueza que se tiene nunca desbordará un marco de herramientas y adornos, que podemos perder o ganar a golpes de pura aleatoriedad, mientras permanecemos asustados, mezquinos y débiles, valga decir rigurosamente pobres. La riqueza como ser es nuestro reino inviolable, del que extraemos arrojo, generosidad y salud por derecho propio. Crear una
riqueza no ilusoria constituye el privilegio de los ricos al nivel del ser, que en vez de esforzarse por acumular cosas comprables custodian el don de la vida en su más alta intensidad, donde —silencioso o elocuente— rebosa alegría. La
riqueza del tener, esa mera opulencia, supone siempre alguna escasez ajena y acompaña a los estériles como la sombra a algún cuerpo iluminado.