Lo que la abogada A.J. Potter necesitaba era un buen caso... no un hombre. Lo que no sospechaba cuando se puso la falda de su compañera de piso para acudir a aquella reunión era que acabaría consiguiendo ambas cosas. Tendría el caso, que consistía en defender a un ladrón de joyas retirado, y al hombre, Sam Romano, el investigador privado que estaba convencido de la culpabilidad de su cliente. ¿Cuál sería la solución? Quizá mantener a Sam tan "ocupado" que no tuviera tiempo, ni ganas, de pensar en el trabajo.