El papa Benedicto XVI la calificó como la mayor crisis de la Iglesia católica. Los síntomas se empezaron a conocer mucho antes, pues ya en los años cincuenta algunas diócesis estadounidenses empezaban a entrever el problema, sin embargo, una Iglesia asustada y a la defensiva no supo reaccionar con valentía ante el horror de los casos de pederastia en su seno. Miles de menores inocentes pagarían por esta cobardía y tibieza. A día de hoy, en España, es imposible cuantificar su verdadera magnitud. Se conocen públicamente cincuenta casos de abusos de menores a manos de sacerdotes, pero se estima que podrían ser muchos más. Lo que sí está claro es que la Iglesia española no ha hecho casi nada para que las víctimas se sientan acogidas y atendidas.