Dice el autor: "En una época mi casa daba a un jardín de infantes. A veces me fumaba un cuete y me quedaba mirando a los nenitos en el recreo. El ruido del patio lleno de chicos me hacía bien, me relajaba. Cuando sonaba el timbre y los nenes salían en bandada, yo buscaba con los ojos a dos en particular, de sala celeste. Uno gordito y el otro cabezón. Los bauticé Lucas y Alex, y los distinguía de los demás porque se sentaban en el arenero y charlaban. Todo el recreo charlando. Yo no podía escuchar lo que decían, pero la marihuana me ayudaba a inventarles una conversación a través de los gestos".