Con la cara pálida, testigo de haber sufrido el dolor del alumbramiento, Eva acariciaba a su hijo mientras él succionaba con fuerza la leche de sus pechos. A ella le dolía, pero no le importaba. Siempre se le vio un brillo especial a pesar del sufrimiento. Era consciente que la finísima línea que separa el padecimiento de la satisfacción había desaparecido, dejando a la vista cómo el precioso milagro había acaparado toda la atención de la madre. Su pelo, liso y dorado, caía a las mejillas, se deslizaba sobre sus hombros y le llegaba hasta la cintura, posándose revuelto en su espalda; su mirada, azul y profunda, obviaba cualquier objeto o visitante para concentrarse en las diminutas manos de su hijo que se agarraban a las suyas con una fuerza tiernamente descomunal; su rostro de porcelana, espejo de primaveras por venir, deslumbraba de felicidad. Ser madre era lo que más había deseado
Alexander Copperwhite es un escritor español que escribe novelas de terror, suspense y misterios