Luisa quiere una mascota, pero en el condominio donde vive no está permitido tener animales. Para conseguir el permiso, intenta convencer a la administradora del edificio, la señorita Pompozzi, de que puede cuidar un animalito. La mujer acepta el trato con la única condición de que la mascota sea silenciosa y pequeña como la punta de un dedo. Luisa encuentra las mascotas ideales en el parque: dos caracoles. Decide adoptarlos sin sospechar que estos moluscos la meterán en un lío y que así conocerá la verdadera personalidad de la misteriosa señorita Pompozzi.