Nuestras palabras
Educación, mundo clásico y democracia
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¿Qué le pasa a una sociedad cuando relega el estudio del mundo clásico? ¿Cuáles son las consecuencias para la convivencia democrática de arrinconar las humanidades y entronizar como únicos paradigmas válidos la ciencia y la tecnología? ¿Qué le sucede a una civilización que extravía, en el vértigo del presente, su alma? Tres grandes humanistas, el filólogo
George Steiner, el poeta
Adam Zagajewski y la helenista
Jacqueline de Romilly responden a estas preguntas en
Nuestras palabras, una defensa del valor de lo «inútil», es decir, del estudio de las ideas, las artes y las letras del pasado.
Las humanidades no nos hacen mejores personas, coinciden los tres autores, pero en ellas palpita nuestra esencia. Se puede vivir sin haber leído a Tucídides, pero basta leerlo para saber que estamos ante una voz única cuyo relato de la lejana guerra del Peloponeso está vigente. Lo mismo sucede con Shakespeare, Cervantes, Dante, Proust o Tolstói.
No es casualidad, nos dice Romilly, que la democracia, el teatro y la filosofía hayan nacido a la vez, ni que su vigencia marque la esencia del espíritu europeo, hoy presente alrededor del mundo. Tampoco es casualidad que su decadencia esté unida a la del estudio de las filologías en las universidades, presas de la autocensura y la «corrección política», como denuncia Steiner. Y esto sin olvidar, como advierte Zagajewski, que el saber libresco no puede ni debe reemplazar a la musa de la poesía, que lo mismo se esconde en Yeats que en la vida callejera.
Para el escritor
Rob Riemen, tenemos la obligación de «portar la bandera» del humanismo, como hicieron Thomas Mann, Mandelstam o Camus en lo más sombrío del siglo XX, y transmitirlo a la siguiente generación, no como un fardo, sino como un mapa del tesoro.