Yo, Jayne Pembroke, debía estar loca. Erik Randolph, el soltero más solicitado de Youngsville, entró en la tienda en la que yo trabajaba, eligió un anillo para su futura esposa y después me pidió que me casara con él. Aunque sabía que nos casábamos para que él consiguiera esa herencia y no porque hubiera sido amor a primera vista, no pude evitar que se me acelerara el corazón al dar el «sí quiero». Al fin y al cabo, para mí casarme no era nada habitual... ni tampoco lo era enamorarme de mi propio marido.