En la Biblia, Dios establece con Adán y Eva una alianza nupcial, que se proyecta a lo largo de todo el texto bíblico. Las enseñanzas de la Iglesia mantienen ese vínculo entre Dios y el hombre en todo su cuerpo doctrinal, y así se expresa también en su liturgia.
San Pablo compara la unión matrimonial con la unión de Cristo con su Iglesia, una unión permanente y eterna. Y el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que esa unión, celebrada y consumada entre bautizados, no puede disolverse jamás, pues está integrada en la unión entre Dios y el hombre.
¿Cómo debe repercutir esa solidez del vínculo en nuestra vida matrimonial cotidiana? ¿Cómo entender entonces que ese vínculo entre esposos, perpetuo y exclusivo, trascienda con la muerte?