El príncipe Rule había viajado a Estados Unidos por un asunto familiar de verdadera importancia. Y no se iba a ir hasta que conociera a Sydney O'Shea, la madre de su hijo.
Rule no esperaba que la abogada de Texas lo volviera loco de deseo; pero en cualquier caso, la ley de Montedoro lo obligaba a casarse antes de los treinta y tres años si no quería perder su herencia y su título. Y se le ocurrió la solución perfecta, casarse con Sydney.
Ya tendría tiempo, después, de decirle toda la verdad. Si es que se la decía.