Entrar en una novela de Sergio Pitol –sus lectores lo saben– significa introducirse en mundos aparentemente muy normales. Al cabo de unas cuantas páginas, sin embargo, el lector descubre que muchos personajes apenas si logran sofocar un inmenso malestar vital, malestar que poco a poco, como una iluminación creciente, se apodera totalmente de sus almas y siembra la zozobra entre todos aquellos que los circundan.