La Iglesia no puede contentarse con perpetuarse como un sistema rígido, fijado de una manera definitiva. Debe encontrar sin cesar en Aquel que la funda y en conversación con los mundos en los que se halla los medios para renovarse y responder a su tarea de ser sacramento universal de salvación. Una clave que debe atravesar el espíritu y la reforma de la Iglesia para que se ajuste a las llamadas del futuro es la de la escucha que se despliega en acción. Al igual que el del diálogo, este término debe formar parte del vocabulario de la teología y de sus enseñanzas, y ser objeto de trabajos específicos de investigación teológica, pues se trata de nada menos que de la cuestión de la posibilidad de realización de la salvación en la existencia concreta, diaria, de las personas y las comunidades, capaz de transformar las sociedades.