Manifiesto antivitalista
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Probablemente hemos ido dejando de hablar de la vida conforme nos dábamos cuenta de que esto no es vida. Todavía conservamos una cierta querencia por el uso de la palabra y del concepto, pero es más fruto de la añoranza que de la esperanza. Quiere decirse: de añoranza de aquellos tiempos en los que, precisamente porque parecíamos a punto de recuperar la soberanía perdida sobre nosotros mismos (o secuestrada por las diversas variedades de la trascendencia, como prefieran), fantaseábamos los contenidos de una plenitud inminente.
Ya despertamos de ese sueño. Sin duda, conviene revisar los mimbres con los que estaba elaborado tan entusiasta convencimiento. Al menos si aspiramos a entender la razón del progresivo abandono de la proverbial exhortación “¡vive la vida!”, que antaño era recibida como una invitación a la intensidad y que hoy es leída como una declaración de desconcierto. Para nosotros la palabra vida (o sus bioequivalentes) ha pasado a nombrar determinaciones más que posibilidades, limitaciones estructurales en mayor medida que aperturas potenciales.
De esta situación levanta acta en el presente libro Antonio Valdecantos con la brillantez e inteligencia a la que nos tiene acostumbrados. En el bienentendido de que su recorrido crítico por la idea de vida es mucho más que la reconstrucción historiográfica de un concepto en el que ‒por una vez ha de valer la redundancia‒ nos iba la vida: señala con nitidez lo que nos queda por pensar.