«Tenía una habitación propia. Un cuarto luminoso, pequeño y ordenado, casi como una celda, sobrio, que construyó en Monk’s House, su casa de Rodmell, con las ganancias de su novela Orlando. La cama, estrecha, cubierta por una colcha de un blanco virginal, que acentuaba la luz de la ventana, y un cojín solitario. Tenía una librería empotrada que servía de cabecero, un par de sillas y un velador de mimbre donde le gustaba poner un jarrón con flores frescas».