Un legado invaluable que nos invita a seguir leyendo, escribiendo y soñando
El fuego -en continua mutación- es el verdadero espejo de nuestro ser. Su forma evidencia su movimiento perpetuo. Valeidoso, inconstante, todo lo transmuta; devenir que todo lo consume con su eterno apetito voraz. Si vien gue Heráclito quien a través del pensamiento llegó a esta verdad primigenia, es el poeta quien pone al descubierto que «todo es olvido, sombra, desenlace». Como las llamas de una hoguera que se elevan a los cielos en una danza que embelesa con su sugestiva y anárquica cadencia, el fuego «es el mundo que se extingue y cambia / para durar (fue siempre) eternamente».
Publicado originalmente en 1963 y dividido en tres partes, en
El reposo del fuego José Emilio Pacheco emprende una de las aventuras poéticas más extraordinarias de la literatura iberoamericana, en un extenso poema que es una exhortación a suspender el tiempo antes de que todo se empañe y sólo queden los rescoldos del olvido.