La fe siempre será perpleja, no podrá dejar de serlo, porque corremos el peligro y el riesgo de tener atrapado el misterio de Dios o caer en el fundamentalismo tanto religioso como sociopolítico y cultural. Pero nuestra fe perpleja nada tiene que ver con la actitud cínica, escéptica vitalmente o, mucho menos, ácida o relativista. Además, nos encontramos no solo con la perplejidad de la fe, sino también con la perplejidad de la cultura. Solo desde una caridad política repleta de compasión y de indignación estructuralmente mediadas, la fe, aun con todas sus inevitables perplejidades, seguirá teniendo mucho y bueno que decir a nuestro mundo.