Una de las pruebas más contundentes de que Bertolt Brecht era un completo hombre de teatro se ve en el mejor de los montajes que dirigió: su propia vida. Este ensayo se pretende como una poética de la escena, que engloba la estética y se inspira en el concepto aristotélico para configurar un universo propio, en un lenguaje ágil y accesible; sus reflexiones parten del hecho vivo de las representaciones teatrales, no de frías lecturas de gabinete. Son preceptiva desde dentro del oficio, textos que no habían sido traducidos antes a nuestro idioma.