Una tarde en el cielo de Tijuana aparecen letras con las que los niños forman palabras como león, perro, felicidad, pero basta un leve soplo para que éstas formen a su capricho otras palabras como encajuelado, redada, sicario.
Las narraciones de "Pequeños cuentos perversos", de Hugo Salcedo, ofrecen la misma cualidad. Son historias escritas al amparo de la esperanza que revelan de manera súbita los aspectos ácidos y espinosos de la vida. Un cantante recibe una llamada inesperada, pilas de cadáveres expuestos al sol murmuran sus tragedias, mujeres que desaparecen y otro Jonás encerrado en una ballena altera su historia.
Hay en los cuentos de este libro algo que se oculta, una vacilación perversa que deja al lector con la velada sensación de que en el frágil equilibrio en el que vivimos somos al mismo tiempo quien jala del gatillo y quien recibe el balazo.