Los padres de Lucette, una niña francesa criada en la difícil frontera marroquí, huyeron de Francia y, como comunistas, juraron que «nadie hablaría de Dios a su hija, ni influiría en el desarrollo de su mente con supersticiones opresivas». Todo el ambiente y educación de la pequeña Lucette la encaminaba a ser un producto perfecto del ateísmo marxista y anticatólico. Pero Dios tenía otros planes para ella.
Un día contempla la sobrecogedora belleza de una puesta de sol tras una violenta tormenta de arena, y siente la cercanía de Dios, que la impulsa a orar. Será el primer eslabón de una conversión que la llevará a abrazar la fe y, más tarde, a hacerse monja clarisa en Argel. Repudiada por sus padres, y ya como Madre Verónica Namoyo, será abadesa y fundadora de dos florecientes monasterios en África.