La poesía ha sido un animal exótico para quienes la estudian —como los wanakos, las guacamayas y los desmanes ibéricos. Casi siempre las academias y los críticos suelen separarla de acuerdo con geografías, nacionalismos y lenguas. Quienes escriben poemas sin embargo se empeñan afortunadamente en lo opuesto: se dejan influir por autores y culturas, prácticas y pensamientos que trascienden sus fronteras geográficas, políticas, lingüísticas y religiosas.