La vida en México (1976-2010) Tomo I: Echeverría/López Portillo/De la Madrid
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“Mi reino por un cambio de paradigmas”
“Proceso No. 1257, 3 de diciembre de 2000
La frase más oída estos días, por lo menos en los círculos que cuentan, es el cambio de paradigmas, una manera como otras de referirse a las transformaciones profundas al adoptar el nuevo poder otra representación visible o máscara o fisonomía ideológica. Se va en definitiva el PRI, sin posibilidad de retorno (que no se tome por profecía mi epitafio) y lo sucede Vicente Fox, no exactamente un partido, no desde luego la corporeización de una plataforma doctrinaria, sino un líder carismático, es decir, y en este caso, alguien que gana la confianza visible de grandes grupos y cuyos errores se toman por aciertos, mientras sus incursiones populistas se califican de recuperación de la voluntad nacional. Esto en un nivel. En otro, que se considera lo principal, la economía, no hay tal cambio de paradigmas. El presidente Fox promete intensificar lo ya muy presente en los gobiernos de Carlos Salinas y “Ernesto Zedillo, el repertorio neoliberal: el sitio de honor (el Super Yo) para los empresarios, la búsqueda de las inversiones extranjeras como el maná que circula por Internet, las privatizaciones finales (siempre y cuando se pueda), la exaltación de lo privado sobre lo público, etcétera.El verdadero cambio de paradigmas quiere tener lugar en la idea cultural de la nación. La República tradicional, aun con las terribles distorsiones introducidas por el PRI, es laica, con espacio para los sentimientos comunitarios, con un sentido histórico nutrido básicamente de la Reforma liberal y de la Revolución Mexicana, con una mitología cuyas cimas son Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata, Villa y Lázaro Cárdenas. También, es una República que ha ido aprendiendo el valor de la tolerancia y el respeto a las libertades. Sin duda, a la imagen de esa República la han degradado la corrupción intensa y el autoritarismo de los priistas y sus aliados empresariales y caciquiles, pero siempre se ha preservado un espacio de ejercicio de libertades que no es concesión o apartheid de la crítica, sino logro irrefutable de las movilizaciones sociales y culturales. Esa República conoció un gran momento de afirmación de autonomías en las huelgas sindicales de 1958-59 y un auge libertario con el Movimiento estudiantil de 1968, en el que el sacrificio de cientos de personas implantó el espacio crítico que toda la cauda de (falsísimas) promesas de Luis Echeverría no pudo disolver.”